El Banco Central no ha tenido una tarea fácil en la coyuntura actual. En su rol de preservar la estabilidad monetaria ha hecho frente a un contexto de fuerte elevación del tipo de cambio, a través de un programa de establecimiento de metas explícitas de desdolarización de créditos, con el fin de minimizar los efectos contractivos de una devaluación en una economía con niveles aún elevados de deudas en moneda extranjera y agentes (empresas y familias) con ingresos mayormente en soles. Paralelamente, se ha visto en la necesidad de proveer de liquidez en moneda nacional al sistema financiero, con el fin de evitar una contracción del crédito total (suma de soles y dólares), tomando en cuenta una mayor demanda por financiamiento en moneda nacional. Por si fuera poco, una sucesión de shocks de oferta y la propia elevación del tipo de cambio han impulsado la inflación aún en un contexto de debilidad en la demanda interna y externa.
Ante ello, el Banco Central ha iniciado un ciclo de endurecimiento monetario buscando contener la inflación, según su mandato, a través de ajustes en dicho instrumento desde septiembre de 2015, llevando la tasa de referencia de 3.25% a 4.25%. Adicionalmente, anunció un ajuste en el encaje en soles a partir de marzo que abre la posibilidad de que a futuro complemente con este instrumento su estrategia de alza de tasas (aunque este ajuste se trató solamente de un cambio en la composición del encaje que apuntaría a restar espacio para la especulación cambiaria).
Es preciso tomar en cuenta que en la mayoría de ciclos de endurecimiento monetario previos, era la fortaleza de la demanda el principal factor que impulsaba el alza de tasas, mientras que en el actual, con una demanda bastante debilitada, lo son la inflación realizada y la esperada fuera de rango. En el presente artículo analizamos este tema, mostrando lo difícil que resulta controlar la inflación con una actividad económica que no es precisamente fuerte y una dinámica de tipo de cambio que hace todo más complejo.
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