
Reservado, poco afecto a lo mediático, preocupado
por la marginación social, el nuevo Papa llamado Francisco I gobernaba con
firmeza la arquidiócesis de Buenos Aires y proyecta un pontificado sin
sorpresas en los desafíos que la sociedad moderna plantea a la Iglesia como la
sexualidad, el divorcio, el aborto o la bioética.
Una de sus biógrafas, Frascesca Ambrogetti, lo
describe como una "personalidad absolutamente moderada. Es absolutamente
capaz de hacer la necesaria renovación (en la Iglesia) sin saltos en el
vacío".
"Coincide con la necesidad de una Iglesia
misionera. Que salga al encuentro de la gente, activa y no pasiva. Una Iglesia
que no sea reguladora de la Fe, sino promotora y facilitadora de la Fe",
explicó.
De 76 años, el ex cardenal es un hombre austero, de
marcada espiritualidad y apegado a las tradiciones seculares del catolicismo.
De aspecto hierático, habita un apartamento pequeño -rechazó la residencia
oficial del arzobispado, más confortable-, donde pasa los fines de semana en
soledad.
"Sobriedad y austeridad es su estilo de vida.
Viaja en subterráneo (metro), en colectivo (autobús), los viajes a Roma los hace en
clase turista", describió Ambrogetti.
Suele guardar para sus escasas apariciones públicas
discursos cargados de palabras duras tanto para los políticos como para la
ciudadanía, señalando la pobreza masiva, la marginación y la desigualdad social
que vive Argentina.
Según medios de prensa internacionales, Bergoglio
había sido uno de los cardenales más votados en el Cónclave del 2005 que
convirtió a Joseph Ratzinger en Benedicto XVI. (Inforegiòn)
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